La meditación no sirve para nada

Artista desconocido


Normalmente, la razón por la que todos acabamos acercándonos al budismo, es por la meditación. Eso suele ser porque aquí, en occidente, no suele haber familias con tradición budista que vayan pasando de generación en generación las creencias budistas, como puede suceder con el cristianismo u otras creencias más establecidas en esta parte del planeta. Por eso, normalmente comenzamos por descubrir la meditación —que tan de moda está últimamente— y a partir de ahí, y si nos sigue picando la curiosidad, como suele decirse, terminamos por descubrir el budismo.
   ¿Pero qué sabemos de la meditación? Poner meditación en Google es como intentar jugar a la ruleta rusa sabiendo que la pistola está cargada con todas las balas. Un sinfín de información, excéntrica y variopinta, inunda tu pantalla. ¿Pero cual de todas estas formas de meditación es la buena? Podemos encontrar meditaciones para el estrés, para abrir los chacras, para dormir, para relajarse, para explorar los sentimientos, para encontrar la vacuidad, para encontrarse a uno mismo, para entender la inexistencia del yo e incluso para hacer regresiones a tus vidas pasadas o el tan popular mindfulness; y esto es solo un ejemplo. Así que cuando por fin decides aprender a meditar, empiezas a investigar un poco para informarte del tema y te encuentras con toda esta ensalada de distintas formas y estilos de meditar; es normal que la cabeza nos empiece a dar vueltas y nos inunden las dudas, como por ejemplo: ¿Tengo que realizar todas estos tipos de meditaciones? ¿Es necesario que busque tantas cosas? ¿Estoy haciéndolo bien si no logro alcanzar nada de esto? Y otras tantas dudas que nos siguen apareciendo conforme seguimos investigando. Lo peor de todo esto, sobre todo cuando apenas empiezas, sin tener ni idea y nadie que pueda asesorarte un poco y, confundido por tanta paja que encuentras en el ciberespacio, es que empiezas a meditar obsesionado en que tienes que conseguir algo; que tienes que sentarte y conseguir la iluminación sí o sí, que tienes que encontrar esa vacuidad de la que todo el mundo habla, llegar al aquí y ahora —como si eso fuera un lugar físico, algo así como llegar a Despeñaperros en autocar— y alcanzar el tan deseado nirvana. Al no conseguir ninguno de todos esos objetivos, nos vemos invadidos por un sentimiento de frustración que nos obliga a empezar a dudar de si lo estamos haciendo bien, y en el peor de los casos, empezar a cuestionarse si la meditación realmente sirve para algo, con el inevitable abandono de la práctica después.
   Lo que acabo de describir es más o menos lo que me ha ido sucediendo a mí en el tiempo que hace que empecé a meditar, pasé por todas esas fases, dudas e incluso el abandono de la práctica, hasta que un día, no recuerdo muy bien donde, leí una frase del maestro Kodo Sawaki que decía: “La meditación no sirve para nada”. Os podéis imaginar la cara de pasmado que se me quedó en aquel momento. ¿Cómo podía afirmar, un moje budista, que la meditación no servía para nada? ¿Era aquello cierto? ¿Me habían estado estafando todos aquellos años? Por suerte la respuesta es no, y también por suerte, en ese preciso momento descubrí lo que es el zazen.
   El zazen es la práctica de la meditación en el zen, o mejor dicho, la base de la práctica del zen. El zen te enseña que no has de meditar con la intención de conseguir algo, qué solo cuando consigas que tu meditación no sirva para nada, entonces estará sirviendo para algo. El zazen consiste en sentarse con las piernas cruzadas y la espalda bien recta —siempre dentro de las posibilidades de cada uno—; hay que concentrarse en la postura del cuerpo y en la respiración, sin darle importancia a los pensamiento, sencillamente dejándolos pasar, igual que dejamos pasar el paisaje al otro lado de la ventanilla cuando viajamos en coche. La simbiosis entre el cuerpo y la mente que se consigue con la postura de zazen, que provoca la puesta en marcha de la manera original de funcionar de la mente, sin que nuestra voluntad tenga que intervenir para nada. Olvídate de todas las otras teorías que has aprendido, no busques, no esperes, no desees, solo siéntate y respira. Si algo ha de llegar, llegará; si algo ha de suceder, sucederá; si algo has e encontrar, lo encontraras; pero siempre de forma natural e involuntaria, nunca por intentar forzar aquello que no está bajo tu control.
   Después del zazen, viene la meditación caminando, llamada kinhin. Una vez de pie se endereza el cuerpo, se yergue la cabeza metiendo un poco el mentón hacia adentro, se fija la mirada en el suelo, unos metros hacia adelante. El puño izquierdo encierra su pulgar. La mano derecha rodea el puño izquierdo, el pulgar derecho se apoya en la raíz del pulgar izquierdo; se colocan las manos contra el esternón y se ponen los antebrazos en posición horizontal. De este modo se camina al ritmo de la respiración; avanzando primero el pie derecho, y mientras se expira se pasa el peso del cuerpo hacia esta pierna. En la inspiración, el pie izquierdo pasa delante —medio paso—y así sucesivamente. No debemos olvidar armonizar cada paso con la respiración y sobre todo caminar sin prisa, un paso detrás de otro.
   Al leer todo esto, puede parecer que meditar es bastante sencillo, tan solo hay que sentarse y respirar ¡Hasta un niño podría hacerlo! Pero dejad que os diga que en verdad la meditación zen —o zazen— es algo bastante duro; si lo pruebas, te darás cuenta que nunca antes en tu vida habías estado a solas contigo mismo, sin ningún estímulo externo ni interno, como he dicho, tan solo tú contigo mismo, y como suelen decir en los cuentos, échate a temblar cuando le veas las orejas al lobo. También hay que tener en cuenta que soportar estar en la misma postura durante un largo periodo de tiempo —y créeme, una vez lo pruebes, te darás cuenta que unos cuantos minutos pueden resultar ser un largo periodo de tiempo— puede ser una verdadera tortura hasta que a base de practicar el cuerpo se va acostumbrando. Pero todo esto espero que lo vayas descubriendo por tu cuenta.

En mi caso, la meditación, una vez que me la tomé en serio, y habiendo superado el estado de moda, de confusión, descubierto el zazen y habiéndolo convertido en una rutina, ha pasado a ser una parte muy importante de mi vida, de la cual me costaría prescindir, pues no hay nada mejor que meditar sin meditar, haciendo que esa meditación no sirva para nada.