¿Por qué Buda no contesta mis WhatsApps?

 

Collage de Juan Cabezuelo

Hoy en día, y gracias (o no) a la tecnología, tenemos en el mercado toda una infinita y variable ensalada de aplicaciones de comunicación. Como buenos seres humanos que somos, no hemos tardado en volvernos adictos a ellas, hasta el punto de que si al mandar un mensaje y no ser respondido este de inmediato, el síndrome de abstinencia no tarda en aparecer, provocándonos cierto malestar mental, obsesionándonos por ese mensaje que nunca llega. “Pero si me marca el doble check ¿Por qué no me responde?” pensamos compulsivamente mientras el enfado y la irritabilidad se adueñan de nuestra mente.
   Como buenos occidentales que también somos, a la hora de llevar a cabo nuestra práctica budista —aunque supongo que algo parecido sucederá con el resto de filosofías y/o religiones—, nuestra mente, entrenada en el “quiero esto y lo quiero ya” al que la tecnología actual nos ha acostumbrado —pues solo tenemos que apretar un icono en la pantalla para conseguir en el acto ese objeto de deseo, reservar el hotel de nuestros sueños para las próximas vacaciones o acceder a nuestras clases preferidas online de yoga o budismo— se ve aturdida cuando no obtenemos respuesta de Buda a nuestras plegarias. Pero ¿por qué ocurre esto? Como practicantes intentamos controlar nuestro cuerpo, habla y mente; nos comportamos con los demás de la manera más compasiva posible, ayudamos a nuestro prójimo de una forma desinteresada y altruista, medimos nuestras palabras para no ofender a los demás e intentamos mantener a raya todos nuestros malos pensamientos; resumiendo: aceptamos, como practicantes del Dharma que somos, nuestro Karma, ya se manifieste de una forma bondadosa o cruel con nosotros, pues sabemos que hemos vivido muchas vidas y tenemos que aceptar las consecuencias de los actos cometidos en todas ellas. También practicamos mucho; nos sentamos en zazen, frente a la pared, el televisor apagado o delante del monitor del ordenador en la oficina —depende de los recursos personales y el tiempo disponible para ello de cada persona—, tranquilizamos nuestra mente, controlamos la respiración, relajamos el cuerpo y hacemos lo que podemos con nuestros pensamientos; todo lo dicho anteriormente suena muy bien, pero a quién intentamos engañar, no siempre es así. Entonces llega cuando empezamos a hablar con Buda, como he dicho antes, aceptamos nuestro mal Karma, pero también pensamos que no nos vendría mal una pequeña ayudita para superarlo, y es cuando le pedimos a Buda esa ayuda, hacemos ofrendas, le rezamos y lo buscamos desesperadamente en nuestras meditaciones: “O señor Buda”, le decimos “ayúdame a superar estos duros momentos”; o también: “Buda, haz que mi madre se cure de la enfermedad que tiene”, “Consigue que mi hijo apruebe la selectividad”, “Buda, por favor, que no me despidan del trabajo”, “Que me toque la lotería de navidad, por favor, señor Buda” y otras miles de millones de propuestas, pues cada persona tiene sus necesidades, y otra cosa no, pero personas habemos a puñados en el mundo. Pero al cabo del tiempo vemos que ni nuestras ofrendas ni rezos han llegado a ninguna parte, seguimos sufriendo nuestro mal Karma —aunque la mayoría de las veces no es mi mal Karma, sencillamente es porque no aceptamos que también existen cosas que han de pasar porque sí, y que no tienen nada que ver con nosotros, aunque nos afecten directamente—. En esos momentos es cuando nos sentimos como si aun viendo el doble check, buda no nos estuviera contestando el WhatsApp.
   ¿Por qué no nos contesta Buda? Quizá el error que cometemos sea precisamente ese, el querer y/o necesitar una respuesta, y al no recibirla buscamos a Buda, y convertimos esa búsqueda en una obsesión enfermiza, y la búsqueda se radicaliza, se transforma en un punto fijo nublando nuestra mente. Buscamos a Buda más allá de nosotros, no lo encontramos, nos sentimos frustrados, seguimos buscando, seguimos sin encontrarlo, nos irritamos, buscamos en los cajones de la cocina, dentro de nuestros bolsillos, entre las grasientas herramientas de nuestra caja de utensilios de chapuzas caseras, debajo de la alfombra, encima de los armarios, pero no hay manera; quizá esté en alguno de los cientos de canales de nuestro televisor, en la cuenta corriente del banco o en nuestro perfil de nuestra red social favorita… Tampoco lo hallamos ahí, pero qué bien que se esconde el tío.
   Recordáis ese capítulo de Los Simpsons, cuando Homer, montado en lo alto de un elevador que se dirige sin control por una pronunciada cuesta abajo, junta sus manos y rezando dice: “Ya sé que hace mucho que no te rezo, pero si es verdad que estás ahí arriba ¡Sálvame Superman!”. Como he dicho antes, somos buenos seres humanos, y como tales, necesitamos a alguien que nos de la mano para no perdernos en el camino, necesitamos un Jesucristo que camine por encima del agua y nos consiga peces y vino de la nada, pues ir nosotros mismos a pescar y a cultivar uvas nos resulta muy cansado y aburrido; necesitamos un Che Guevara para organizarnos en nuestra revolución personal; necesitamos un Neo para hacernos conscientes de que vivimos en Matrix; necesitamos un superhéroe, que enfundado en un llamativo traje de lycra, venza a todos los villanos que aparezcan en nuestra vida, o qué diablos, en el peor de los casos, un político de esos que tanto criticamos, pero que volvemos a votar en las siguientes elecciones o incluso un Charles Manson que nos cante canciones sobre su mono loco o nos incite a matar inocentes para intentar provocar una revolución que nadie necesita ni ha pedido. Cualquier cosa nos vale siempre y cuando haya alguien que nos diga lo que tenemos que hacer, o a quien poder culpar cuando las cosas no salen acorde a nuestras necesidades.
   Por esa razón queremos, y necesitamos, que Buda sea ese mesías que nos libre de todo mal y nos lleve por el camino correcto —y sobre todo, libres, seguros y sin peligros imprevistos— hacia nuestra felicidad personal. Nos aferramos a la idea de que las cosas pasan porque un ser superior —ya sea un mesías o cualquier clase de deidad— así lo decide; que él mueve los hilos de esta función de títeres que pensamos que es nuestra existencia, que juega con nuestro destino moldeándolo a su antojo, como un niño juega y moldea una bola de plastilina en el parvulario.
   Esta búsqueda absurda de Buda nos ciega la mente; aunque sea sincera y bienintencionada, es uno de los errores más grandes que podemos cometer en nuestra práctica, pues con ello dejamos de ser conscientes de la responsabilidad que tenemos en la vida, y dejamos de aceptar las consecuencias que conllevan nuestros actos, excusándonos con la teoría de que las cosas pasan porque Dios quiere, porque Buda quiere o porque Morpheo le dio la pastilla roja a Neo.
   Debemos dejar de Buscar a Buda, ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que no existe un Buda a quien buscar. No hay Buda más allá de nosotros mismos. Según Bodhidharma: “La mente es Buda y Buda es la mente.” No podemos encontrar a ese Buda exterior que tanto anhelamos porque nosotros somos ese Buda, nuestra mente es ese Buda. “Más allá de la mente no hay Buda, y más allá de Buda no hay mente.” . Puede resultar complicado de entender, pero no por ello debemos dejar de intentar hacerlo. El Buda que buscas no existe, no podrá salvarte, porque la única salvación posible es la que nosotros mismos podemos ofrecernos. La naturaleza de buda es nuestra propia naturaleza, nunca un Buda podrá salvar a un Buda. Sin entender nuestra propia naturaleza Búdica, no encontraremos salvación ninguna. Bodhidharma seguía diciendo: “¿Dónde está ese Buda que Crees más allá de la mente? Si no hay Buda más allá de mente ¿Por qué tratar de encontrar uno?”
   Si queremos ver a ese Buda que tanto buscamos debemos ver nuestra propia naturaleza; si no lo haces, de nada servirá venerar a ese Buda, ni las ofrendas ni los rezos te librarán de la consecuencia de tus actos, porque, parafraseando de nuevo a Bodhidharma: “Los Budas no hacen ni bien ni mal […] Invocar budas produce buen Karma, recitar sutras ayuda a tener buena memoria, mantener los preceptos conduce a un buen renacimiento y realizar ofrendas reporta futuras bendiciones, pero ningún Buda.”
   Si lo pensamos bien, cuesta bastante llegar a creer que nosotros, seres humanos normales y corrientes, llenos de defectos, tengamos naturaleza búdica en nuestro interior, y no solo que la tengamos, sino que es la única que poseemos. Así que a partir de ahora será mejor que dejemos de buscar a ese Buda superhéroe omnipresente que creemos que está ahí fuera, y nos esforcemos más en llegar a entender que ese Buda no somos más que nosotros mismos, y cualquier cosa parecida que encontremos en el exterior, no es más que una burda y barata imitación. Y es que ya lo dijo aquel sabio maestro llamado Linji: “Si te encuentras a Buda en el camino, mátalo”.