Apego al desapego o cómo desapegarse del apego (2)

 

Ilustración Romina Guerrero Álvarez

Como íbamos diciendo, el apego es una de las principales causas del sufrimiento, y no solo sentimos apego por otras personas, ahí también nos equivocamos mucho los seres humanos; el apego se siente por cualquier cosa, sentimiento, situación, recuerdos y un larguísimo etcétera. Normalmente, después de las personas, los vienes materiales suelen ser la otra principal fuente de nuestro apego, nos encantan nuestras cosas, y en el fondo no es culpa nuestra, por desgracia, en la sociedad consumista en la que vivimos, desde niños nos educan e inculcan la necesidad de tener y acumular cosas, y cuantas más mejor, cuanto más tienes más vales, ¿Cuántas veces habremos escuchado esa frase en nuestra vida? —y nunca la hemos cuestionado—, y siguiendo todas esas enseñanzas, nos atareamos en adquirir, comprar, coleccionar e incluso robar cualquier cosa que deseemos, sin pararnos a pensar ni un segundo sí realmente necesitamos ese objeto, si cumple una necesidad o tiene una utilidad imprescindible. Ahorahaced un pequeño ejercicio, si estáis en casa, ya sea en el comedor, en la sala de estar o en vuestro cuarto, mirad con calma unos minutos a vuestro alrededor, después, fijad la mirada en el primer objeto que os llame la atención y haceros esa misma pregunta: ¿necesito este objeto, cumple una necesidad o tiene alguna función útil para mí? Y una vez contestada esa pregunta, seguid haciendo lo mismo con cada objeto que miréis; si sois realmente sinceros y no intentáis engañaros a vosotros mismos, os sorprenderá la cantidad de objetos completamente inútiles que almacenáis en vuestras casas por el mero hecho de tenerlos. Pero lo más difícil no será dejar de engañaros a vosotros mismos con el tema di si necesitáis todas esas cosas o no, lo realmente dificultoso es cuando por fin decides ser realista contigo mismo y reconoces que no necesitas todas esas cosas, encontrar el valor para deshacerte de ellas, porque es ahí donde entra en juego el apego que sentimos por nuestras cosas, esa enfermedad oscura y mezquina que nos corroe por dentro y nos obliga a encontrar mil escusas baratas —esto me lo regaló mi mejor amigo, esto es un recuerdo de mi viaje a tal lugar, esto pertenecía a mi padre antes de morir, o la mejor de todas: esto lo tengo por si alguna vez lo necesito— para no tirar, regalar o vender cualquier cosa que esté en nuestro poder, convirtiéndonos en seres egoístas y materialistas.
    Ahí va otra anécdota. Cuando yo tenía doce años, un compañero de clase me dejó un casete de AC/DC, ese casete me cambió la vida y me hizo sentir dentro de mí una verdadera pasión por la música —hasta entonces la música nunca me había llamado mucho la atención—, en cuanto conseguí que mi madre me diera dinero para poder comprar un casete virgen, me hice una copia de ese LP —el Who made Who, del año 1986, si no recuerdo mal—; como os acabo de decir, cuando me hice con esa copia del casete yo tenía doce años, pues no me pude deshacer de ella hasta los cuarenta y dos. el apego que sentía por aquel casete era tal, que el mero hecho de pensar en deshacerme de el —aunque después de treinta años, como bien os podéis imaginar, ya ni se escuchaba— me daba taquicardias. Y a aquel casete de AC/DC los siguieron muchos otros, y después de los casetes vinieron los vinilos —de estos me deshice hace unos meses—, y después los cedes, los cómics, los libros, las películas en VHS, los juegos de ordenador, los DVD, las consolas con sus videojuegos, los móviles y otro larguísimo etcétera de cosas que aunque en su día habían tenido alguna utilidad para mí, ya no cumplían esta función o se habían convertido en mero recuerdos. Llegamos a acumular tantas cosas completamente inútiles en nuestra vida, que lo único que nos diferencia de una persona que sufre Síndrome de Diógenes, es que nos creemos que nuestra basura tiene mucha más valor que la suya. Por suerte, como os dije en otra publicación, descubrí el Minimalismo —que no es más que la forma moderna y occidental del dejar ir del Budismo de toda la vida—, y poco a poco y con mucha dedicación y esfuerzo, he podido darle una buena vuelta a esa situación. La última vez que vino uno de mis sobrinos con su novia a visitarnos, al entrar al comedor, se quedó mirando a su alrededor, y después de observar la mesa con las cuatro sillas, el sofá, la mesita de centro y el minúsculo mueble donde está el televisor, nos dijo: No tenéis nada; a lo cual le pudimos respondimos: Te equivocas, tenemos de todo. Pues no nos falta nada esencial ni nos sobra nada inútil. Y es que hemos decidido poner cada cosa en su sitio, o sea: las cosas inútiles fuera de casa y los recuerdos en la cabeza.

Esto no ha acabado aquí, en la próxima publicación terminaremos de hablar sobre el apego. Os espero.