Las cuatro nobles verdades. 2. El origen del sufrimiento


Artista desconocido


Siguiendo con el hilo de la semana pasada, nos toca comentar la segunda de las cuatro nobles verdades, que es la del origen del sufrimiento.
   A bote pronto, si le preguntamos a alguien cual cree que es la causa del sufrimiento, lo más seguro es que nos responda que eso variaría dependiendo del individuo. Y puede que este personaje imaginario tenga razón, pero aun y así, y teniendo en cuanta la infinidad de todas esas posibles diversas causas según la persona, el origen de todas sería el mismo, lo que en el budismo se conoce como los tres venenos: El odio, la ignorancia y el deseo —o avidez—.
   El odio es un intento por librarnos de aquello que no nos gusta. Si nos vemos inmiscuidos en una situación que nos desagrada, ya sea una bronca de nuestro jefe, una pelea de pareja, una aglomeración en el metro o un atasco, la necesidad de salir de esa situación, de dejar de vivirla, de poder estar en otro momento y/o lugar, nos genera un sentimiento de rechazo del cual sale el odio. También nos puede suceder con otras cosas, como por ejemplo la aversión hacia personas que nos desagradan, razas, clases sociales, religiones, filosofías, políticas, credos, tendencias sexuales, aficionados a equipos de futbol que no son el nuestro y un larguísimo etcétera. El odio nos vuelve seres irracionales, es capaz de hacernos inevolucionar mentalmente, hasta el punto de hacernos caer en nuestro más profundo, oscuro y ruin salvajismo. Se puede decir que ese salvajismo es la loncha de embutido de un sándwich, un jugoso trozo de jamón entre dos rebanadas de pan, y ese pan es la ignorancia; con eso quiero decir que el odio siempre viene provocado por la ignorancia, y conlleva más ignorancia aun. La ignorancia de no comprender como es realmente nuestro entorno, de cual es la verdad absoluta de todo lo que nos rodea, es la causa de que nos veamos poseídos por ese odio que nos corroe por dentro, y el odio a su vez alimenta al deseo, deseo por dejar de vivir esa situación que nos repugna.
   Normalmente, entendemos por deseo la necesidad de poseer o alcanzar una cosa con gran intensidad. Y es cuando al no alcanzar a conseguir esa cosa, entra en escena el sufrimiento. Solemos pensar que el sufrimiento lo causa el dolor, pero estamos realmente equivocados, el sufrimiento viene de la mente. Tomando como ejemplo el sufrimiento que padezco por la artrosis, este no es a causa del dolor de mis articulaciones, el dolor no es más que eso, dolor, y el dolor duele a distintos grados —más o menos intenso—, pero el sufrimiento que siento es tan solo la frustración por no conseguir lo que deseo: vivir sin dolor; y cuanto más dolor siento, más se agudiza ese deseo de dejar de sentirlo y más intenso se vuelve mi sufrimiento por no lograr alcanzar ese fin.
   Pero, y el resto de nuestra vida, os estaréis preguntando; ¿Y si no hay ninguna causa que nos provoque dolor físico, ni ninguna enfermedad mental que nos cause dolor emocional? ¿Estamos entonces libres de sufrimiento? Por desgracia tengo que deciros que no, pues existe un amplio abanico de emociones, y los seres humanos nos apegamos a las emociones como el alquitrán caliente a la suela de un zapato al pasar por una calle recién pavimentada. Somos verdaderos yonquis de las emociones y los sentimientos que estas provocan; no podemos vivir sin ellos, entonces, si tenemos alguna emoción negativa, detestamos las emociones que nos hacen sentir y deseamos huir de ellas, y al no conseguirlo aparece nuestro querido amigo el sufrimiento. Por lo contrario, cuando esas emociones son positivas, el sufrimiento entra en juego al dejar de sentirlas, y si tenemos suerte de que no vamos a dejar de sentirlas, entonces es el miedo a dejar de sentirlas en algún momento quien le abre la puerta al sufrimiento; pero como he dicho antes, somos verdaderos adictos a nuestras emociones, así que si no sentimos esas emociones de forma natural, nos buscamos la manera para poder sentirlas artificialmente, haciendo, de esta manera, que el sufrimiento se engrose como una bola de nieve rodando colina para abajo.
   Sí, también lo sé, todo esto es una verdadera putada. Si queremos alcanzar esa consciencia de nuestro entorno de la que siempre se habla en la literatura budista, no nos queda más remedio que empezar a realizar el ejercicio de ir reconociendo el sufrimiento en cada acto —ya sea físico o mental— que cometemos en nuestra vida cotidiana. También podemos fingir que nada de esto es cierto y seguir viviendo como hasta ahora, en la más absoluta inopia, creyéndonos los reyes del mambo; total, como se suele decir, la ignorancia es la felicidad… o no.